El carácter de una obra arquitectónica depende, en gran medida, de cómo se maneja su luz. Esta puede contenerse con superficies opacas, filtrarse con vidrios, elementos translúcidos o celosías; se puede incluso modular con una entrada directa o difusa mediante la definición de sus huecos. Así, reconocemos un espacio por el modo en que la luz baña las superficies y desvela sus materiales.
Los tabiques autoportantes de caliza pulida de 3 cm de espesor del apartamento resuelven con solvencia la distribución, pero es la luz que en estos se refleja lo que nos genera un recuerdo: la tez moteada de la piedra como telón de fondo de la vida en la casa.
Así, la piedra es al mismo tiempo estructura y acabado, y su superficie sedosa, de gran carácter, actúa como telón de fondo de las actividades que se realizan en la casa. El despiece de la piedra facilita además la introducción de tiras de vidrio intercaladas de 1 cm de espesor, que permiten la entrada y salida de luz en el propio núcleo central.
El nuevo núcleo de la vivienda se compone del baño principal y un pequeño aseo, y su construcción se lleva a cabo mediante procesos constructivos desarrollados a medida para las circunstancias particulares de la obra. Así, por ejemplo, la mayor parte del perímetro que conforma el núcleo, se construye con piezas de piedra autoportantes ancladas en el suelo y en el techo -y entre sí-, de 3 cm de espesor, que actúan como particiones y no como meros revestimientos.